Siendo una insignificante semilla soño con una pácida existencia, igual que la que exhibia su privilegiado entorno. Ya en plena juventud, la propia madre naturaleza que un día conspiró para darle vida le dió la espalda.
Un rayo atravesó por la mitad el imberbe tronco que la ataba a sus raices, a la vida. Extasiada y sin aliento quedó moribunda junto a sus vigorosas hermanas; pero no estaba dispuesta a quebrar su ramas…
Y justo en el límite de su ocaso sacó a relucir la terca madera de la que está elaborada para continuar forjando una historia que dura ya más de medio milenio.
Hoy, una solemne cicatriz recuerda aquel trágico acontecimiento, la misma herida que la ha convertido en la encina más bella de toda la comarca.
Jaime Díez